Memoria de Calp. José Rivera Herrero (1911-1994), el comandante rojo: «La suerte del proscrito»
JOSÉ LUIS LURI
«No puedo dejar de recordar las vivencias que contaba mi padre, José Rivera Herrero, y que formaron parte de mi evolución al ideario socialista, las mismas que a él le marcaron para ser un hombre de izquierdas. Contaba que con 8 años ya estaba en un cortijo, guardando cochinos, en el que la dueña les ponía la comida (el cocido por decir algo) dentro de una olla de garbanzos; un pedazo de tocino atado con una cuerda, y lo sacaba y al día siguiente lo volvía a poner, y así un día y otro. Esta señora iba todos los domingos a misa y lo obligaba a ir a él y a los trabajadores, por lo que en su mente infantil dedujo que, si ella era tan mala e iba a misa, aquello no podía ser bueno, lo que lo convirtió en un ateo recalcitrante. Todo esto le marcó una forma de pensar en aquella Andalucía de principios de siglo XX» (Violeta Rivera, exalcaldesa de Calp por el PSOE-PSPV (1987-1995). «Recuerdos sobre su padre, José Rivera Herrero»).
Durante la Segunda República Española y la Guerra Civil, la localidad cordobesa de Cabra, con una población aproximada de 16.000 habitantes, atravesó un periodo de significativas transformaciones que fueron presididas por la agitación social. Al igual que en otras áreas rurales de Andalucía, esta comunidad, profundamente arraigada en la tradición del campo, se vio inmersa en las reformas agrarias impulsadas por el gobierno republicano, cuyo objetivo de redistribuir la tierra provocó un choque insalvable entre terratenientes y jornaleros. Estas luchas sociales y políticas locales reflejaron las desigualdades nacionales de fondo, en un contexto en que confluían un vigoroso movimiento obrero y campesino y la notable influencia de la Iglesia Católica, que mantenía un papel preponderante en la vida social y cultural de la nación.
Con el estallido de la Guerra Civil en 1936, Cabra quedó bajo el control del bando sublevado desde los primeros días del conflicto. La represión en la localidad fue severa, y se dirigió principalmente contra los simpatizantes republicanos, militantes de izquierda y sindicalistas. Este periodo incluyó detenciones, encarcelamientos y ejecuciones. En contraste, el 7 de noviembre de 1938, Cabra fue objeto de un bombardeo por parte de la aviación republicana, un ataque que produjo numerosas víctimas civiles y dejó una huella imborrable en la memoria local.
José Rivera Herrero, de Antonio y Alejandra, nació en Cabra el 24 de febrero de 1911, en el seno de una familia trabajadora. Desde muy niño ayudó a los suyos en las labores del campo hasta que marchó a cumplir el servicio militar a Larache, Marruecos. Sus primeros años de juventud coinciden con el advenimiento de la República y el despertar de una conciencia de clase que llevaría a José a la militancia anarcosindicalista a través del activismo y la propaganda. Cuenta su hija, Violeta Rivera:
«Según confesaba mi padre, 32 veces estuvo en la cárcel por defender los derechos de los trabajadores. En Marruecos, de ordenanza de un capitán, conoció a muchos compañeros vascos y catalanes de los que siempre habló muy bien por serios y formales; posteriormente se hizo novio de mi madre, Ana López Jaenez, que pertenecía a una familia muy religiosa, y por ser novia de un sindicalista la echaron de casa y se tuvo ir a vivir con sus primos, los Roldán, hasta que mi padre volvió del campo y se unieron libremente (palabras de mi padre) es decir se fueron a vivir juntos».
Las primeras noticias sobre el Alzamiento encontraron a Rivera en el término de Castro del Río. De seguido ingresó como voluntario en el Ejército Popular de la República y fue destinado a la Columna Andalucía-Extremadura como soldado. En esta fuerza obtuvo la graduación de teniente y capitán, hasta su nuevo destino como comandante de la 88ª Brigada Mixta. Esta unidad fue creada en marzo de 1937 sobre la base de los batallones anarquistas que combatieron en el Frente de Córdoba; al mando de esta fuerza se hallaba el teniente coronel de Carabineros Juan Fernández Pérez.
La 88.ª BM se integró después en la 19.ª División del VIII Cuerpo de Ejército y fue destinada al sector Peñarroya-Pueblonuevo, donde tomó parte en las operaciones ofensivas de marzo y abril. En agosto la unidad se incorporó a la 38.ª División, con base en Hinojosa del Duque. En la primavera de 1938 participó en una pequeña ofensiva dentro del sector de Azuaga-La Granja de Torrehermosa. Unos meses después tuvo una destacada actuación en las operaciones de la batalla de la bolsa de Mérida, en La Serena, Badajoz. Al final de los combates, la 88.ª BM pasó a cubrir la línea defensiva del río Zújar. El 27 de marzo de 1939, ante la descomposición del frente y del Ejército republicano, la brigada se disolvió.
Acabada la guerra, José Rivera se presentó ante las autoridades militares franquistas de la localidad de Linares, donde fue hecho preso. Desde este punto recaló en los campos de concentración de Puerto Real y Rota, en Cádiz, hasta su reclusión en la prisión provincial de Sevilla. De este presidio pasó a la cárcel central de Burgos. El 13 de junio de 1940 se dictó sentencia por el tribunal militar con la que se le condenaba a doce años y un día de reclusión temporal por el delito de auxilio a la rebelión. A este respecto, indica Violeta Rivera:
«Mi padre fue condenado a la pena de muerte, pero esta le fue conmutada a 12 años y un día gracias a la declaración de un campesino de derechas al que había salvado la vida. En 1943, obtuvo la libertad, aunque con la imposición de una pena de destierro. Eligió establecerse en estas tierras de Levante, llegando a Calpe para trabajar en el puerto. Fue aquí donde recalé yo, con apenas ocho meses, después de salir de Famorca, mi pueblo natal.»
Como suerte de proscrito, una amnistía parcial redujo su condena a un destierro definitivo a 500 km de su población natal. La familia se abrió a una nueva vida y se instaló en Calp en septiembre de 1945; entonces Violeta Rivera contaba con unos pocos meses de edad. El represaliado no pudo retornar a su tierra cordobesa hasta 1962, en virtud de las gracias concedidas por la celebración de los 25 años de paz de la égida franquista. Dice Violeta:
«Yo me he criado aquí, en la calle en valenciano y en mi casa en andaluz. Nos vinimos a vivir a Calp porque mi padre consiguió trabajo en el puerto. Llevaba una cuadrilla de siete hombres a su cargo. Luego compró el bar, «me he vendido al capital», decía él, bromeando con los amigos. Mi padre era un hombre honrado, muy aficionado a la lectura. Yo con doce años ya había leído en casa obras de Bertrand Russell, Tolstoi y Blasco Ibáñez, aunque fui siempre autodidacta. No pude estudiar por cuestión de traslados y más tarde por enfermedad, pero siempre hice por formarme.
Mi casa, como puede verse, sigue llena de libros. No fueron años fáciles. Los guardias civiles de entonces eran todos andaluces y respetaban a mi padre, aunque él no se callaba ni bajo tierra. En casa no escuchábamos la «Pirenaica» [Radio España Independiente, emisora clandestina creada por el Partido Comunista de España], mi padre la encontraba demasiado radical, ponía la BBC de Londres, Radio París. Mi padre vivía en un mitin permanente y yo me dedicaba a preguntarle. Era un soñador moralizante. Tenía muchos amigos de derechas y estaba considerado un hombre de palabra».
Violeta Rivera explica la nueva visión política de su padre en aquellos años, una vez superado el franquismo con la llegada de la democracia. Indica la exalcaldesa que José Herrero fue un gran admirador de Don Juan de Borbón por sus planteamientos democráticos, y que encontró en el nombramiento de Juan Carlos un avance factible hacia la democratización del país al respaldar el referéndum que así lo consolidó. Un momento significativo para José Rivera fue la constitución del primer parlamento democrático, tras la jura de las leyes fundamentales por parte de Juan Carlos. Durante el discurso del rey, en el que se reafirmaron los principios de democracia, libertad y valores constitucionales, experimentó —explica su hija— «una profunda emoción, un reflejo del alivio que sentía tras años de represión».
En 1977, Violeta Rivera y su marido, Pedro López, ingresaron en un PSOE recién legalizado. Los primeros mítines socialistas de Calp se celebraron en el Bar Rivera. Al establecimiento acudían los líderes de aquella época: Joaquín Fuster, de Callosa, y Alberto Pérez Ferré, de Alicante, que era secretario de Organización. La respuesta a estas iniciativas se tradujo en un gran número de afiliaciones. La Ley de Asociación franquista impedía reuniones de más de veinte personas, por lo que se reproducían las convocatorias de charlas en el bar, bajo control de la Guardia Civil, para explicar el ideario del partido a los nuevos miembros. En pocos meses el respaldo de las bases se amplió con nuevos trabajadores de la población.
En el contexto de las nuevas elecciones, José Rivera se convirtió en un punto de apoyo clave para los socialistas de Calp. En 1978, se afilió a la UGT como secretario general y en los años 80 se unió al PSOE. A pesar de su ideología anarquista y su defensa de la acción directa, justificó su adhesión al partido reconociendo que, con el tiempo y la experiencia, había comprendido que Marx tenía razón sobre Bakunin: la existencia de partidos obreros y leyes que regulen la sociedad es esencial, dado que «no todos los individuos son buenos e idealistas por naturaleza».
José Rivera Herrero falleció en Calp el 28 de junio de 1994.
Un artículo brillante
Enhorabuena