45 grados a la sombra en Dénia, relato distópico
OPINIÓN
JULIO MONFORT
Demos dos pasitos en el tiempo y pasemos de mediados de mayo a mediados de julio. Son las ocho de la tarde, tercer día consecutivo con 35 grados de temperatura y humedad alta. Llevo siete horas metido en casa. La idea de ir a la playa está descartada. En mi zona, Les Bassetes, la proximidad a la orilla es un hormiguero humano. Y en cualquier caso, también allí el calor es extremo, El viento de Poniente produce una sensación aún más cálida, la de un secador de pelo, y el agua del mar es ya como una sopa. Decido salir en busca en un lugar interior climatizado para tomar una cerveza en compañía de un libro, “Las torres del olvido”, de Gerorge Turner, del 2007, una ficción climática ambientada en Australia que imagina un mundo futuro, el de 2040, con los casquetes polares ya derretidos, ciudades superpobladas y tres cuartas partes de la población sin trabajo. Pese al intenso calor y la incomodidad del tórrido viento, camino unos veinte minutos hasta un local que me parece tranquilo, confortable y con poca gente, para degustar de forma pausada una doble malta y sumergirme un rato en la lectura. El libro en cuestión, que mezcla ficción con datos científicos sobre la evolución del clima, resulta tan interesante como desasosegante. Es una distopía que se me antoja algo exagerada y alarmista. El tiempo en el interior del local pasa deprisa y a la hora del crepúsculo decido regresar a casa, con la esperanza de que la temperatura haya descendido algunos grados. Pero al salir al exterior, un puñetazo de calor, el que se produce al entrar en una sauna, me deja paralizado. En lugar de ese habitual y hermoso contraste cromático de la puesta del sol, colores aún brillantes, el cielo muestra un tono pálido y homogéneo, como si estuviera cubierto por una enorme nube grisácea con motas de ceniza. El cansancio físico es enorme, al igual que la debilidad en las piernas. El corto camino de regreso a casa se me antoja una maratón. Sin duda es un fenómeno atmosférico casi paranormal, de esos que últimamente se producen con frecuencia. Busco información en el móvil y la primera sorpresa es la temperatura. Estamos a 45 grados sin apenas sol. ¿Pero qué es esto? Consulto La Marina Plaza, y el primer titular de la web depara una sorpresa aún mayor: “La ocupación turística en 2034 decrece en Dénia un 40% respecto a 2024 a causa del calor”. Y el segundo titular: “El desempleo repunta en 2034 y afecta ya al 30% de la población en la Marina Alta”. ¿2034? Me palpo el rostro, ya sudoroso, y me froto los ojos para comprobar que no estoy soñando y vuelvo a leer. Efectivamente, 2034. Asumo que en las dos últimas horas hemos dado, sin apenas darse uno cuenta, dos pasos enormes de dos lustros en el tiempo. Empiezo a caminar despacio, cabizbajo e intentado conseguir una reflexión lógica y coherente. Entonces, me digo con natural raciocinio, mi perro ya se habrá muerto y ya he cumplido 73 años. Siento un escalofrío al imaginar mi aspecto frente a un espejo. ¿Y el resto del mundo, cómo estará el resto del mundo? Aquella película de “El planeta de los simios”, que ahora vuelve a estar de moda, me viene a la memoria de forma irreversible. ¿Quizás la inteligencia humana, con ayuda de la artificial, se haya homologado a la de los simios?