Otro gran momento de crisis: La hostelería de Calp tras la Guerra Civil
- Durante la dura posguerra, los negocios hosteleros de la ciudad ya atravesaron un momento muy difícil debido a las duras situaciones de avituallamiento pero fueron capaces de reinventarse
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El consumo de carne, pan y huevos estaba restringido, las «tapas de pájaros», bocadillos, fritos y guisos, prohibidos y los restaurantes no podían ofrecer cartas, solo menús
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Establecimientos calpinos que tuvieron que hacer frente a aquellos tiempos de privación fueron la Fonda Querol, la Posada de Benitet, el Parador de Ifach, que marcaría un hito en la hostelería provincial, el Bar Buenas Sombra, el Bar Baydal, la Venta la Chata o la Posada del «Violí»
JOSÉ LUIS LURI
De las duras contingencias que nos plantea el destino se sale, mejor o peor parado, pero se sale: más fuertes, más íntegros, más sabios. Después de los sucesos traumáticos que afectan a todos en momentos de tribulación, los períodos de transición a una nueva normalidad siempre son difíciles, y sólo el tiempo puede ofrecer una comprensión en perspectiva de lo acontecido y sus consecuencias, muchas de ellas positivas y, en ocasiones, necesarias. Nada nuevo sobre la tierra.
Las personas contamos con más recursos personales ante la adversidad de lo que creemos: nuestra capacidad de adaptación ante nuevas circunstancias es extraordinaria. No sería la primera vez que tocara reinventarnos... Y siempre con éxito. La historia nos ha dado ya varias lecciones en este sentido. Como por ejemplo la difícil época que atravesó Calp en los años de posguerra.
La hostelería de Calp tras la Guerra Civil
Desde las primeras décadas de nuestro siglo, la belleza y la luz del entorno calpino habían atraído la atención y la devoción de los pocos y privilegiados viajeros y visitantes que se acercaban a nuestra costa para disfrutar de una jornada de tranquilidad, paseo y gastronomía marinera. Esta escasa afluencia de turistas, que raramente pernoctaban en la villa, promovió la apertura de pequeños negocios donde se ofrecían sencillas comidas para agasajar a los huéspedes, con buen vino y un exquisito pescado, en un ambiente familiar y acogedor.
Terminada nuestra Guerra Civil, la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes, a través de diferentes circulares, intervino en las normas que debían regir el régimen de comidas de los establecimientos hosteleros. La delegación sindical local quedó responsabilizada del fiel cumplimiento de una reglamentación restrictiva, dadas la difícil situación de avituallamiento, y la necesidad de establecer un control de precios y servicios por parte del aparato burocrático del nuevo sistema político.
A partir de este punto, la Comisaría prohíbe la ostentación en escaparates de alimentos que, por su presentación, pueda suponer un «alarde de abundancia»; o el asado, freiduría y cocido de los mismos ante los «ojos del público de la calle». Los platos que contengan carne quedan restringidos a uno o dos días por semana, dependiendo que existan, en la segunda jornada, sobras del primero. Queda también prohibido el servicio de platos o tapas de «pájaros», mantequilla, y el consumo de huevos se restringe a uno por persona y día.
Quedan suprimidas las cartas en los establecimientos en que se sirvan comidas, sustituyéndolas por un menú que consistirá en dos platos, con cuatro especialidades a elegir, y un postre. La normativa incide en la calidad de los platos y con referencia a los artículos de lujo determina que se podrán ofrecer si éstos no alteran los precios. El pan queda racionado.
Las minutas contemplan unos precios máximos que oscilan desde las 38 pesetas en los establecimientos de lujo hasta las 8, en restaurantes económicos, figones y bodegones. Si el cliente se contenta con un solo plato, abonará el 60% de la tarifa. La taza de café se sirve con un único terrón de azúcar que no sobrepasará los 5 gramos.
Los bocadillos, fritos y guisos quedan terminantemente prohibidos, medida que a buen seguro afectaría a los establecimientos que careciesen de espacio para comedor. Muy probablemente esta orden sería ignorada en los bares, donde pequeñas tapas serían fáciles de obtener.
Los establecimientos calpinos
En estos años de dificultad y privación, los pocos establecimientos calpinos afectados por las directrices superiores son la Fonda Querol, la Posada de Benitet, el Parador de Ifach, el Bar Buenas Sombra, el Bar Baydal, la Venta la Chata y la Posada del «Violí». A los efectos, los propietarios realizan declaraciones firmadas de las condiciones de explotación del negocio, haciendo constancia en el informe de los servicios que ofrece, precios y condiciones.
La Fonda Querol, situada en la calle del Mar, es regentada por Joaquina Pastor Roselló, quien la dirige auxiliada por una empleada. La capacidad es de cinco habitaciones y el precio de pernocta oscila entre las 8 y las 5 pesetas. Ofrece un menú con un precio por cubierto de 8 pesetas, en un comedor para 20 plazas. La media diaria de comidas servidas durante una jornada asciende a 6, incluyendo los desayunos, almuerzos y cenas. Cuenta en estos años con 16 clientes habituales. De pequeñas dimensiones, famosa por su bella terraza abierta a las vistas de la bahía, fue inaugurada en los últimos años del siglo XIX por el arriero, suministrador de petróleo para la población, Antonio Querol Boronat (n.1864), casado con Joaquina Pastor, quienes comenzaron a explotar el negocio como casino. En la época, era el establecimiento local que ofrecía comidas para celebraciones especiales. Así, en marzo de 1903, acoge la visita del diputado liberal don Baldomero Vega de Seoane, huésped del alcalde don Felipe Jorro, en su periplo por la comarca. (El Centinela, 31-3-1903). Viuda y sin prole, la tía «Xoxima» mantuvo la fonda abierta hasta su vejez. Durante muchos años contó con clientes de sobresaliente trayectoria en el mundo de las artes y las letras.
La Posada de Benitet, localizada en la calle José Antonio, es propiedad de José Bertomeu Avargues «Benitet», y cuenta con tres empleados. El número de habitaciones asciende a 5, con 10 plazas de comedor. Los precios, habitación-noche, varía entre las 30 y las 20 pesetas. El comedor ofrece comidas por 12 pesetas el menú, a una media de seis comensales diarios durante los distintos servicios. La finca donde se ubicaba, antiguamente con el número 9 de la calle Calvario, era una de las casas más amplias del pueblo, y había sido adquirida por el dueño por herencia de su padre, el que fuera alguacil de Calp, José Bertomeu Oriola. Reconvertida en hospedería, era explotada por «Benitet», quien al mismo tiempo ejercía su profesión de carnicero. La posada debió de ser inaugurada sobre los años treinta del pasado siglo, pocos años después del regreso de José Bertomeu de Norteamérica, tras su breve estancia americana en búsqueda de trabajo.
El Parador de Ifach encabeza el sector hostelero calpino con sus modernas instalaciones y su magnífica posición junto al mar. Incluido en la clase de Hotel-restorán, cuenta con una capacidad de 29 habitaciones y 100 plazas de comedor. Es regentado por la sociedad de Manuel Giner Ivars y Antonio García Sapena que emplea a 13 trabajadores. Los precios de las habitaciones oscilan entre las 60 y las 35 pesetas por noche y el precio del cubierto es de 15 pesetas. Diariamente comen unos 65 clientes, de los 200 habituales, en los distintos horarios de comedor. Se encuentra el establecimiento afectado por la reglamentación de banquetes, que prohíbe el servicio que no se ajuste a las condiciones expuestas en cuanto a menú y precios.
El Parador de Ifach marca un hito en la historia de la hostelería provincial, y su tradición se mantiene intacta hasta nuestros días. En Mayo de 1935 queda inaugurado con doce habitaciones, tras edificarse sobre tierras del labrador Juan Ronda «Babós», quien había segregado y vendido el solar a la sociedad pocos años antes. Es innumerable la nómina de personalidades que fueron clientes del hotel durante décadas, atraídos por el bellísimo entorno y el tipismo de la tierra y sus gentes. Su nivel de precios y ambiente selecto mantenía a los vecinos de la localidad alejados de sus servicios y dependencias.
Años más tarde, se deshace la sociedad entra García y Giner. El segundo se dedica a la gestión de la popular Venta la Chata a partir de 1947, propiedad de su esposa, Francisca Cabrera Bañuls, y el primero adquiere la titularidad total del hotel.
En Febrero de 1952, Antonio García Sapena, ante la buena marcha del negocio y ya experimentado en la industria hostelera, compra el Hotel Miramar, en las inmediaciones del Parador. El vendedor, Andrés Bertomeu Ivars, recibe la cantidad de quinientas ochenta mil pesetas, de las cuales ciento cincuenta mil corresponden al mobiliario. El hotel se encuentra enclavado en un solar de 830 m2 y cuenta con una superficie construida de 2.500 m2.
El Bar Buena Sombra, situado en las inmediaciones del Peñón de Ifach, se encuentra calificado como fonda-restorán. Propiedad de Miguel Maurí Escoda, «Miguel del Tercio», emplea a tres mujeres en el establecimiento. En la época ofrece comidas, en una zona de comedor de 40 personas, y el precio de cubierto es de 10 pesetas.
En las proximidades del bar, Miguel ofrece acomodo en 18 habitaciones, con unos precios que oscilan entre 30 y 20 pesetas la noche. El Buena Sombra realiza unos quince servicios diarios.
El Bar Baydal, en el puerto de Calp, sirve algunas comidas en forma de tapas, pero por sus reducidas dimensiones no cuenta con servicio de comedor. El propietario, a efectos de aprovisionamiento de café y azúcar, declara servir diariamente 25 cafés solos, 10 con leche y cinco vasos de leche.
Nuevos tiempos, nuevos proyectos
A partir de los años 50, son distintos los industriales, mayormente de origen foráneo, que abren nuevos establecimientos en nuestra localidad, Hotel Hipocampos, Las Salinas, animados por la mejora de la economía nacional y las nuevas perspectivas que ofrece el turismo vacacional. Quizá el proyecto más ambicioso, sin duda, es el promovido por el valenciano José Más Capó, en las faldas del Peñón de Ifach, establecimiento que finalmente no llegó a ver la luz. Adquirido el paraje a los anteriores propietarios, la familia París, por un millón seiscientas mil pesetas, el nuevo dueño levanta una enorme estructura de hormigón que contendrá las dependencias del futuro «Gran Hotel Peñón», para lo que acude a financiación privada.
El establecimiento cuenta con una superficie a edificar de 5.837 m2, distribuidos en sótanos, planta baja y tres alturas. El número de habitaciones asciende a 95, diseñadas para albergar a 190 huéspedes. El complejo se proyecta equipado con salones, salas, pistas de baile, piscinas y otros servicios propios de un hotel de lujo. Las dificultades económicas del promotor abortan la iniciativa, y queda, durante décadas, como parte de la estampa de la Roca, la poco agradable presencia del esqueleto de hormigón hasta su voladura controlada a finales de los años 80 del pasado siglo.