Mafia Salud S.A., capítulo 5: No cruzarás las puertas del paraíso
MAFIA SALUD S.A.
Francisco Sánchez García
Todos los personajes, las situaciones y los hechos que se relatan a continuación son producto de la imaginación. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
CAPITULO 5
NO CRUZARÁS LAS PUERTAS DEL PARAÍSO
Los directivos de Atención Primaria se encargaron de transmitir la noticia a los Coordinadores de los Centros de Salud en la reunión mensual. Los centros de salud designados, cuatro en total, cerrarían sus puertas a las 22 horas, y no las abrirían hasta las 8 horas del día siguiente. Los centros de salud habían prestado su servicio de forma ininterrumpida 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año, desde sus respectivas inauguraciones, en la mayoría de los casos hacía más de veinte años. Ahora, literalmente, de la noche a la mañana, cerraban sus puertas. Los Coordinadores de los Centros de Salud apenas podían creer lo que les estaba siendo comunicado. Algunos adoptaron una actitud hierática para no traducir ninguna emoción, otros, de sangre más caliente, se removieron incómodos en sus asientos, pero ninguno de ellos pronunció una sola palabra en contra. Se limitaron a hacer alguna pregunta nimia sobre cuestiones prácticas. Por ejemplo alguien preguntó cómo se iba a comunicar a la población. La respuesta es que no estaba previsto hacer ningún plan de comunicación. Se pondría un cartel en la puerta del Centro de Salud avisando del nuevo horario, y eso sería todo. Alguien preguntó adonde debían ir los usuarios/clientes/pacientes cuando tuvieran una urgencia en horario nocturno. Al centro de salud más cercano, fue la respuesta. El centro de salud más cercano estaba ya sobresaturado desde hacía años, más en temporada estival, y ahora pretendían añadir las urgencias de cuatro centros de salud que daban servicio a nueve poblaciones. Aunque nadie dijo nada todos sabían que los usuarios irían al hospital incluso para la urgencias más banales, colapsando todavía más el servicio de urgencias. Pero la libertad de pensamiento no era una virtud apreciada en la organización, por lo que todos siguieron callando a pesar de ser muy conscientes de la aberración que se les estaba imponiendo.
La noticia se extendió como la pólvora entre los profesionales, cuyas primeras reacciones abarcaron desde la incredulidad, hasta la rabia, el hastío, el deseo de fuga, y el odio a la organización que les iba a quitar, de un plumazo, un 25% de sus ingresos (la fuente del ahorro calculado por Fallen Devil). Algunos acudieron a sus sindicatos respectivos, quienes echaron el grito al cielo, dijeron que aquello no podía ser y prometieron solemnemente remover Roma con Santiago para evitar semejante barbaridad. Y por supuesto hicieron aquello que sabían hacer. Se reunieron con los directivos, quienes les dijeron que la decisión del Mandamás era firme, que ellos no querían hacerlo y que les entendían perfectamente, pero que no podían hacer nada. La decisión era inapelable y no tenía marcha atrás. También hicieron escritos, práctica muy arraigada entre los sindicatos, que aunque durante años y años había demostrado su ineficacia, por alguna razón misteriosa seguían teniendo un aura de efectividad.
De pronto empezaron a llegar mensajes de móvil pidiendo la confirmación de la noticia. No eran de profesionales, sino de usuarios, en realidad ciudadanos, que también reaccionaban con incredulidad y, cuando se confirmaba, la noticia, con rabia. No solamente pedían confirmación, pedían acción. Muchos de ellos ya formaban parte del difuso y siempre desconectado grupo de ultrajados por Mafia Salud y estaban dispuestos a decir basta. Y así, por generación espontánea, y a través de unas redes sociales todavía en pañales, se produjo la primera concentración tan solo un par de días antes de la medida. Tan espontánea fue que nadie había preparado nada, ni un escrito, ni unas palabras, ni una pancarta. Nada de nada. Había, eso sí, mucho cabreo popular. Una irritación genuina dispuesta a llegar donde hiciera falta.
MP1, MP2, y los dos aspirantes a yayoflautas estaban presente en la concentración ciudadana, y aunque la Plataforma 4Gats, después del fracaso de la PNL, había llevado una vida más bien lánguida, algún artículo sobre ella había sido publicado en la prensa local. Alguien le dijo a MP1 que hablara en representación de la Plataforma. MP1, pillado por sorpresa, se mostró remiso, pero ante la insistencia del público, y viendo que nadie más decía nada se puso a hablar ante el grupo de 40 ó 50 personas congregadas frente al ayuntamiento. Empezó hablando de que todos pagamos impuestos para tener una sanidad digna, que ninguna empresa tiene derecho a hacer caja a costa de nuestra salud, y acabó hablando de la participación ciudadana, de la auto-organización, de que la Plataforma somos todos, de que tenemos que defender nuestros derechos si no queremos que nos los arrebaten todos, uno a uno. Casi sin darse cuenta se fue viniendo arriba, inflamado por su espíritu quijotesco que, por primera vez en su vida, contaba con un público lo suficientemente nutrido como para hinchar su lastimado ego. Llamó a la lucha ciudadana y el público respondió enardecido. Era un miércoles cualquiera de principios de julio. Bueno, no exactamente un miércoles cualquiera. Era el día de la Santísima Sangre, que sea eso lo que sea, suena a día sangriento. Y la Plataforma 4Gats, aunque ya nunca cambiaría su nombre por mor de fidelidad a la historia, contaba ya con un pequeño ejército de indignados y aguerridos ciudadanos.
Antes de acabar la concentración, crecidos, decidieron ir a dar la siguiente batalla al corazón de la organización. Se concentrarían en el mismo Servicio de Urgencias del Hospital Mafia Salud. Harían correr la voz por el resto de las poblaciones afectadas y demostrarían su poder ciudadano. A golpe de mensajería móvil a 0’15 céntimos el mensaje (precio orientativo dependiendo del operador) se contagió la indignación y la esperanza (al final algo se podía hacer aunque solo fuera para canalizar la rabia). En solo dos días más de trescientas personas se concentraron a la hora fijada en la puerta de urgencias del hospital. Para su total sorpresa no había nadie esperándolos. En su bisoñez, no habían comunicado a nadie la concentración de forma legal. La dirección de Mafia Salud no se había enterado y por lo tanto no había adoptado ningún dispositivo de ‘seguridad’. No había nadie responsable del evento, ninguna organización con un CIF, ni un partido, ni un sindicato. La Plataforma 4Gats tampoco, en realidad, se podía arrogar la convocatoria puesto que había surgido de una concentración espontánea.
Puesto que no había vallas, ni policía nacional, ni guardia civil, tan solo un pobre guardia de seguridad totalmente superado por la situación, la ciudadanía no se conformó con quedarse a las puertas del hospital, sino que fueron entrando, al principio poco a poco y con cautela, pero enseguida en grupos más grandes y con creciente confianza en el recinto que habían pagado entre todos y que ninguna organización podría sustraerles. La sala de espera estaba a rebosar, como siempre. Los escasos profesionales de turno, desbordados. Los administrativos del mostrador atónitos, sin saber si debían pedir la tarjeta sanitaria a los trescientos individuos que igual venían todos de una boda en la que algo les había sentado mal, o tal vez un accidente de tráfico múltiple. Aunque aparentemente todos gozaban de buena salud y de buenas cuerdas vocales. Los usuarios de urgencias, tras varias horas de aburrida espera (la televisión de la sala no ayudaba mucho), acogieron con expectación la llegada masiva de colegas. El espacio se llenó por completo, y seguían entrando más y más ciudadanos empoderados, hasta que entró el último y, todos apiñados, formando una masa humana compacta prorrumpieron en aplausos. Se supone que hacía ellos mismos, porque habían hecho algo que todavía nadie, hasta la fecha, se había atrevido a hacer; ocupar un espacio público usurpado por una empresa privada para su propio beneficio. Demostrar así que todavía quedaba un rescoldo de sentido ciudadano y de dignidad. Y eso les llenaba de satisfacción y orgullo. Tras unos momentos de euforia alguien pidió silencio, al fin y al cabo estaban en un hospital, y pudiera ser que hubiera algún enfermo. Y el silencio se hizo. Un silencio que de pronto erizaba los pelos de tan profundo y respetuoso. Y entonces sí. Alguien leyó un manifiesto que previamente había preparado la Plataforma. En él, y de forma clara y concisa, se pedía a la Conselleria de Sanitat que pusiera fin a la locura, a la irresponsabilidad, al absurdo de poner por delante de la salud de las personas la cuenta de beneficios de una empresa privada, por muy amiga que fuera del Partido Casposo de Derechas. Se leyó el manifiesto, se tomaron algunas fotos y los ciudadanos desfilaron, dejando solos y anonadados a los pacientes, (a los que habían proporcionado carne de cotilleo para rato), y a los profesionales sanitarios que habían asistido a una demostración de cómo se hacen las cosas y de la que, por desgracia, no aprendieron nada. Cada uno siguió a lo suyo. Pero los ciudadanos que habían protagonizado el acto y que volvieron a casa lo hicieron con la cabeza bien alta y con un regocijo íntimo que llenaba sus corazones.
Fallen Devil estalló en un cabreo monumental.
-- ¡¡¡¿Cómo que se llenó el servicio de urgencias de gente?!!!!! ¿Qué había más de 300 personas? ¿De dónde, de dónde cojones salen 300 putas personas? ¿Y dónde estaba el guardia de seguridad? ¿Por qué no llamó a la policía, o a la guardia civil? Joderrr, ¿porque nadie me dice nada? ¿Decidme quién es? Ahora mismo. Está despedido. ¡Y encima ha salido en todos los periódicos! El Vetusta y El Oriente nada menos, las dos cabeceras regionales, y no dicen que son unos terroristas, ni que se saltan a la torera la libertad personal ni nada. Esto es increíble. Solo faltaba que saliera en la prensa nacional. ¡Y dicen que es por los centros de salud! ¡Pero qué coño va a ser por los centros de salud! ¡Si todavía no los he cerrado! ¡Si los vamos a atender de maravilla aquí en el hospital! Unos desagradecidos, eso es lo que son, unos rojillos de mierda, revolucionarios, terroristas de tres al cuarto.
El Comité de Dirección aguantó el chorreo sin abrir la boca y sin levantar la vista. Todos sabían que no era momento para decir nada. Algunos incluso pensaron que esto no era más que el principio.
En la Plataforma 4Gats estaban eufóricos. A la reunión de urgencia que convocaron para valorar la concentración acudieron más de 40 personas. Un crecimiento del 1000% con respecto a las anteriores convocatorias. Un éxito despampanante. Se leyeron las noticias de la prensa y se valoró la concentración como muy positiva. Era, sin lugar a dudas, la línea a seguir. Así que se dispusieron a ello. Convocaron otra concentración en urgencias del hospital para una semana después, cuando los centros de salud ya estarían cerrados. Comunicarían la misma a la Subdelegación del Gobierno, esta vez sí. Ya no eran unos novatos. Habían pasado el primer examen, y con nota. También harían panfletos explicando el asunto y convocando al personal. Harían muchos, muchísimos. Alguien dijo 500. Y casi se rieron de él. 1.000 dijo otro, tirando por lo bajo. No, 5.000. Aquello parecía una subasta. A ver quién da más. Un optimista dobló la apuesta, 10.000. Aquello parecía ya una cosa sería. La comarca tampoco era tan grande. Por fin, un experto en imprentas dijo ‘eso es barato, hagamos 15.000 y no se hable más’. Y no se habló más. 15.000 panfletos que, según acordaron, se pagarían pidiendo una pequeña, pequeñísima contribución, a los miles de asistentes que se esperaban en la concentración.
La semana siguiente fue de infarto. Una vez estuvieron listos los panfletos se subieron a los coches particulares y se recorrieron la comarca. También se distribuyeron a mano en las plazas y en las calles principales. Todo el que recibía un panfleto mostraba su interés y su intención de acudir a la convocatoria, si no había ningún impedimento. También hubo llamadas de los periódicos y de las radios locales a los miembros veteranos de 4Gats, preguntando por sus intenciones, pidiendo su valoración de la concentración anterior y cuándo pensaban que se volverían a abrir los centros de salud. Había noticia, y los periodistas de ámbito local, en permanente estado de sequía informativa, estaban dispuestos a exprimirla al máximo.
Por fin llegó el gran día. Tal vez, pensaron algunos, el día que lo cambiaría todo. El día que Mafia Salud S.A. se daría cuenta de que había una sociedad civil en la comarca dispuesta a plantar cara a las sucias garras capitalistas de la privatización. Había algo de nerviosismo entre los organizadores, ¿para qué negarlo? ¿Tendría éxito la convocatoria? ¿Vendría mucha gente? ¿Estarían presentes los antidisturbios? Se había lanzado consignas de que la concentración sería pacífica, como todos los actos de la plataforma, respetuosa con la propiedad (al fin y al cabo el Hospital lo habían pagado entre todos con sus impuestos), y respetuosa con las personas. Un miembro de la plataforma había puesto su DNI en la comunicación a la Subdelegación del Gobierno, haciéndose responsable de posibles consecuencias. Es normal que hubiera nervios.
Poco a poco fue apareciendo gente en grupitos pequeños, algunos con pancartas caseras, otros con pitos…., la mayoría sin nada. Desde una esquina del parking se podía ver la entrada al Servicio de Urgencias. Estaba lleno de vallas amarillas impidiendo el paso. Habían trazado un corredor de ‘seguridad’ para asegurar el paso de las ambulancias. También había dos coches de la policía nacional y uno de la Guardia Civil. Esta vez los habían tomado en serio. Se fueron formando corrillos, y los corrillos se convirtieron en corros más grandes, y cuando fue la hora alguien dijo, vamos allá. Caminaron hacia la puerta y para su sorpresa vieron un grupito de personas encorbatadas justo en la entrada, impidiendo el paso. Se corrió la voz de que eran los directivos de Mafia Salud S.A., que después de la bronca del Mandamás no estaban dispuestos a que volviera a ocurrir ningún incidente. Encabezando el grupito, MP1 distinguió al mesetario Director de Represiones Internas, con su melena engominada. Lucía una amplia sonrisa, confiada y sagaz. Esta vez no le iban a pillar desprevenido. Tenía a las fuerzas del orden público de su parte, tenía las vallas amarillas, tenía el equipo directivo al completo apoyándolo. Irónicamente no estaba Fallen Devil, quién seguramente habría pensado que no era propio de su estatus rebajarse al papel de represor de la sociedad civil. Él tenía que ser, siempre, la cara amable de Mafia Salud S.A. Para esas funciones abyectas ya le pagaba, y muy bien, a Handsome Little.
La concentración fue cogiendo fuste cuando cuatro aspirantes a yayo flautas cogieron la pancarta principal y se pusieron a gritar a escasos metros de donde estaba el equipo directivo al completo. Siguió llegando gente que empezó a empujar por detrás. La primera línea se iba acercando progresivamente a las vallas amarillas, y a cada paso que daban gritaban más fuerte. Los periodistas empezaron a hacer fotos. El equipo directivo seguía impertérrito. Handsome Little cruzó los brazos y abrió un poco las piernas en actitud desafiante. La policía y la guardia civil se mantuvieron discretamente apartadas, observando, pero sin intervenir.
Cuando el gentío se cansó de gritar y de corear empezaron a cantar; una actividad en la que puedes aguantar más tiempo sin dejarte las cuerdas vocales destrozadas. Pero no cantaron cualquier cosa. Cantaron viejas canciones prohibidas, canciones que hablaban de cosas extrañas que los directivos de Mafia Salud no alcanzaban a entender porque, para más inri, las cantaban en ‘aldeano’, el idioma usado mayoritariamente en la comarca para las relaciones personales. Las canciones hablaban en un lenguaje críptico, de estacas y de gallinas que no querían poner más huevos, y otras cosas por el estilo que nada tenían que ver con el hospital ni con los centros de salud. Supongo que sería ese no alcanzar a comprender a tu adversario el que acabó infundiendo el miedo en el equipo directivo, aparte del hecho de que ahora la cabecera de la concentración se encontraba a tres metros escasos de Handsome Little, porque los directivos empezaron a refugiarse en el hospital y uno a uno desfilaron con las caras desfiguradas. De pronto Handsome Little se vio solo frente a los aldeanos. Además, con el calor, y tal vez también a causa de la adrenalina, la gomina se había deshecho, convirtiendo la esplendida cabellera del Director de Represiones Internas en un peluquín de saldo.
Así fue como acabó la segunda concentración de la Plataforma 4Gats, con un éxito total. Al día siguiente tuvo una gran repercusión en la prensa y la radio comarcales. Sin embargo, para los miembros fundadores MP1 a MP4, y para todo aquél que tuviese poder de observación, la segunda concentración no había sido tal éxito. Después de la demostración espontánea de la primera concentración, donde se llegó a ocupar el Servicio de Urgencias del Hospital sin ninguna resistencia, y donde se reunieron unas trescientas personas, se había hecho un gran esfuerzo de organización y difusión. Habían hablado en la radio, habían repartido papeletas, habían pateado calles, plazas y mercados y sin embargo el margen de ganancia era muy escaso. Apenas cien personas más. Eso significaba que habían tocado techo muy pronto, demasiado pronto. Y aunque demostraron alegría y satisfacción por el resultado de la convocatoria y declararon que la victoria estaba cerca, en su fuero interno estaban preocupados porque una vez que tocas techo solo puedes ir para abajo. De manera que no dejaban de darle vueltas a cómo seguir con el movimiento sin que el cansancio y el desgaste afectaran demasiado.
Y de nuevo se produjo el milagro. La respuesta la dio la gente. De forma espontánea, sin que mediara ninguna consigna ni convocatoria empezó a concentrarse gente, ya no en el hospital, sino en los propios centros que Mafia Salud había cerrado. El objetivo era evitar el cierre diario a las 22 horas. Y se consiguió. Día a día grupos de 40 ó 50 personas acudían a las 21:45 aproximadamente a sus servicios de urgencias de atención primaria alegando cualquier molestia. Por supuesto colapsaban el servicio y tenían que permanecer en la sala de espera hasta que fueran atendidos.
Cuando Fallen Devil fue informado de lo que estaba pasando estalló en un nuevo brote de cólera, empezó a dar puñetazos en la pulida mesa del consejo de dirección (las venas yugulares no daban más de sí) y se dedicó a soltar improperios de nuevo.
–Estos aldeanos de los cojones, ¿Qué mierda se creen?, ¿Se piensan que van a salirse con la suya? ¡Me tienen hasta los huevoooos! A las 10 en punto se cierran los centros de salud, se desalojan y se cierran, ¿me habéis oído? Si hace falta se llama a los antidisturbios. ¡Pero los centros se cierran! ¡El que esté enfermo que venga al hospital y los demás a su puta casa! ¡Al cuartelillo los enviaba yo! Enviaremos refuerzos a los centros de salud. A partir de ahora dos guardias jurados por centro. Todos comunicados entre ellos por si tienen que intervenir inmediatamente.
Pero Fallen Devil estaba muy lejos de conseguir su objetivo. Cada día se repetía el milagro, mucha gente se ponía enferma entre las 21:30 y las 22 horas y acudían a su servicio de urgencias. Los guardias de seguridad no podían hacer nada por evitar que entraran, y una vez dentro no podían hacer nada para que salieran. Al fin y al cabo todavía no había llegado el momento en que el corrupto estado mandaría a las fuerzas de seguridad a aporrear a indefensos ciudadanos. Afortunadamente.
Las llamadas de teléfono a los miembros fundadores eran continuas. En todos los centros requerían su presencia para oír su voz de aliento y de confianza en el triunfo final. Los miembros fundadores se multiplicaban, iban de una población a otra, cenaban un bocadillo en un centro de salud y se iban al siguiente. Los ocupas de los centros de salud iban desfilando cuando se cansaban de estar allí, cuando consideraban que había suficiente, o cuando empezaba su programa de tv favorito, pero nunca por la fuerza de las porras.
La mayor demostración de fuerza ciudadana la hizo el Pueblo Aldeano, Pedreguerix, famoso por haber resistido de forma inquebrantable y desde tiempos inmemoriales la presión mesetaria de uniformización. Allí todo el mundo sin excepción hablaba ‘aldeano’. En su centro de salud se concentraban cada noche alrededor de 300 personas, de entre las cuales una buena porción eran abuelas, no yayo flautas con aspiraciones revolucionarias, sino abuelas auténticas que se llevaban la calceta para no ‘perdre el temps’ (el pueblo ‘aldeano’ es muy industrioso) y que en conjunto formaban una estampa que evocaba las famosas escenas de las sans-culottes haciendo punto en el París revolucionario mientras veían pasar los carros llenos de aristócratas camino de la guillotina.
Pasaban las semanas y la tormenta no arreciaba. Seguían las concentraciones, las intervenciones en la radio, los titulares en la prensa local.
Fallen Devil, desesperado, ordenó elaborar un argumentario para los coordinadores de los centros de salud en los que se daban razones que explicaban a los ciudadanos que debían estar muy contentos con ‘el cambio organizativo’. Las razones iban desde las mentiras más descaradas hasta los argumentos más rocambolescos y, en general, se caracterizaban por su pretensión idiotizante. En efecto, una de las tácticas preferidas por Mafia Salud, y general por todas las grandes empresas del capitalismo financiero imperante, era infantilizar a la población, o idiotizarla. Lo cual en ocasiones surtía efecto, pero tenía el peligro de que si no obtenía el fruto deseado generalmente conseguía todo lo contrario, es decir, cabrear aún más a la población. Si Fallen Devil no hubiera tenido esa arrogancia desbordante, y si los miembros de su equipo directivo no hubieran tenido tanto miedo a abrir la boca, cualquiera de ellos habría previsto el más que probable resultado teniendo en cuenta como se desarrollaban los acontecimientos. Pero no fue así. El argumentario, en principio de uso estrictamente interno, se filtró, y empezó a circular entre la población. Incluso apareció en un medio local. Los ciudadanos reaccionaron con indignación, reforzando todavía más las concentraciones diarias en los centros de salud.
Se dio la circunstancia de que una de las poblaciones de la segunda fase de los cierres de centros de salud había tenido como alcalde a un miembro del Partido Casposo de Derechas que había llegado muy alto, casi arriba del todo. Una simple llamada de teléfono bastó para que el Vicemandamás Supremo de la Barbaritat Valenciana se presentara en su población de origen a tranquilizar a sus ex-conciudadanos, diciéndoles que en ningún caso se cerraría su centro de salud (ahí no valían los argumentos de Mafia Salud). Su población tenía demasiado caché en el PCD como para resultar afectada por semejante ocurrencia de un Mandamás menor. Al rebufo de esta población salieron los alcaldes del resto de las poblaciones exigiendo un trato igualitario, de manera que la fase dos de maximización de beneficios quedó abortada antes de su implantación.
Los alcaldes de las poblaciones afectadas habían empezado a aparecer tímidamente en alguna que otra concentración pidiendo ‘calma y diálogo’ a la población. Todos ellos excepto uno, por supuesto. El alcalde de Pedreguerix, el único que no pertenecía al Partido Casposo de Derechas, era un asiduo de las concentraciones en su población, y no tenía ningún problema en salir en primera plana defendiendo la sanidad pública y un centro de salud digno. Así pues, y viendo lo que había ocurrido con las poblaciones de la fase dos, pensaron que también era su momento de pedir equidad. Pero, ¡ay! El suyo era un caso diferente. Una cosa era que el Vicemandamás Supremo la Barbaritat Valenciana abortara un plan de Mafia Salud S.A., plan que por otra parte la organización siempre había negado que existiera, y otra muy distinta que le enmendara la plana llevándole directamente la contraria. Se creaba así una división entre poblaciones que más pronto o más tarde acarrearía consecuencias indeseables para el Partido Casposo de Derechas.
Conforme pasaban las semanas, y viendo que su partido los abandonaba a su suerte, los alcaldes afectados, sus tenientes de alcaldes y sus concejales de sanidad, comenzaron un acercamiento a la Plataforma. Modularon su discurso, desde un ‘calma y diálogo’ a un ‘los ciudadanos son lo primero’ o ‘mi pueblo no es menos que el del Vicemandamás’. Los miembros de la Plataforma se frotaban las manos viendo que, aunque a un nivel local, estaban logrando introducir una cuña en el partido que había gobernado durante 20 años, y que, además, disfrutaba de una hegemonía aplastante desde el punto de vista sociocultural. Tras varias reuniones conjuntas Plataforma-Alcaldes entre todos acordaron hacer una gran manifestación que empezaría en una población cercana al hospital y acabaría en las puertas de urgencias donde se leería un manifiesto en defensa de la sanidad pública. La manifestación se preparó con todo lujo de detalles y se le dio una cobertura mediática como nunca antes, con cuñas en la radio en la que los alcaldes llamaban a sus ‘vecinos’ (como ellos gustan llamar) a participar. Hubo presiones del PCD para desconvocarla, o al menos para que no fueran los alcaldes, pero la grieta ya estaba ahí, y a no ser que abrieran los centros de salud de nuevo, iba a ser muy difícil que pudiera cerrarse.
Unos pocos días antes de la manifestación la previsión del tiempo arrojó un jarro de agua fría sobre los convocantes. Se anunciaba una ‘gota fría’ justo para el día de la manifestación. Una ‘gota fría’ en la comarca no es cosa para tomársela a risa. Provoca cuando menos el caos circulatorio, y muy a menudo inundaciones y destrozos de todo tipo. Surgió la duda sobre si convenía desconvocar o mantener la convocatoria. Se hizo una reunión de urgencia para decidirlo. Y finalmente se decidió convocar. Había costado demasiado esfuerzo toda la preparación, y además la previsión del tiempo variaba de una hora a otra. La ‘gota fría’ (un embolsamiento de aire frío y húmedo estratosférico de proporciones gigantescas) se movía caprichosamente por encima de la comarca como si jugara a los dados con los destinos de la comarca.
Durante todo el día cayó la lluvia sobre la comarca. Los nubarrones, oscuros, densos, preñados del agua benefactora, llegaban, descargaban y pasaban. Dejaban un hueco, por donde un tímido rayo de sol se aventuraba. Llegaban de nuevo, descargaban y pasaban. A las 17:30 horas los miembros fundadores miraban al cielo con el estómago encogido. Faltaba tan solo media hora para la manifestación, y parecía que empezaba a abrirse un claro en el cielo. Tal vez todavía podría salvarse. Fueron hacia el lugar indicado con las pancartas, los pitos, la megafonía, los paraguas, las botas de agua, el manifiesto. Y con más miedo que esperanza. A las 18 horas unas 50 personas se empezaban a concentrar en la plaza de la iglesia. Caían algunas gotas, pero todavía no era alarmante. Poco a poco se iban concentrando más y más valientes. Aquellos que defienden sus derechos incluso ante la adversidad climatológica. A día de hoy casi un acto heroico. El número, según calculó MP1, se iba acercando a los 100. Con eso ya podían lavar la cara. Sin embargo también notó que no había ningún conocido de Pedreguerix, lo cual era más que preocupante. Ni siquiera el alcalde. El resto de alcaldes sí que estaban allí. La lluvia empezó a arreciar, y cuando los alcaldes y los miembros fundadores estaban debatiendo si finalmente se llevaría a cabo o no ocurrió algo admirable. Llegaron dos autobuses a la plaza de la iglesia llenos de gente. Bajó el alcalde de Pedreguerix y detrás de él todos los demás. Otras cien personas en total. El pueblo ‘aldeano’ había pagado los autobuses para facilitar el transporte a la manifestación. Todos los presentes se animaron de forma automática y ya no cupo ninguna duda de que al menos una concentración se llevaría a cabo. Entonces empezó a llover con fuerza. Los paraguas se abrieron y llenaron la plaza formando una capa casi homogénea. Allí, un alcalde del Partido Casposo Popular famoso por su viril y potente voz leyó el manifiesto de la Plataforma, un manifiesto que muchos que se dicen ‘de izquierdas’ no se hubieran atrevido a escribir. Menos aún a leer en público. El espectáculo no podía ser más grato para los miembros de la Plataforma. Una vez más se había conseguido el milagro.
Para cuando se terminó de leer el manifiesto la lluvia era torrencial, y no hizo falta disolver la concentración. La manifestación andando hasta el hospital estaba fuera de lugar. Todas las personas se fueron rápidamente. Los autobuses se llenaron tan deprisa como se habían vaciado y en unos pocos minutos las calles se convirtieron en ríos por donde fluía el agua cada vez con más fuerza. Los panfletos de la Plataforma se arremolinaban en las aguas turbulentas. Se había salvado la concentración.
Sin embargo, y a pesar del impacto mediático que tuvo la imagen del alcalde del PCD leyendo el manifiesto de la Plataforma, Mafia Salud se mantuvo firme en su decisión de mantener cerrados los centros de salud. Parecía que ya se había hecho todo lo humanamente posible y nada, o casi nada, había cambiado.
El final del verano llegó, pasó la gota fría y comenzó un otoño cálido; un veroño. Los argumentarios que había distribuido la Plataforma entre la población civil para escarnio de Mafia Salud servían ya para poco más que envolver bocadillos. Poco a poco el fuelle protestatario se fue agotando. Los niños habían empezado el curso escolar. Las tardes se hicieron más cortas, y las cenas se servían antes. Fallen Devil vio con alivio como cada vez asistía menos gente a las concentraciones hasta que finalmente el goteo cesó. Aquel no fue un otoño caliente protestatario, la gente estaba agotada. Los miembros fundadores también. Mafia Salud estaba tocada, pero no hundida. Fallen Devil se había salvado. De momento.