Que paren el mundo, que yo me bajo…
INMA CAMPOS.
Hace tanto que no te reconozco… No importa cómo te llame… fuiste la luz que me hizo crecer y ser quien soy. Eras un país que vivía de la lucha por superarse, de ofrecer a sus gentes lo necesario para salir adelante, educación, cultura… Algunos comenzamos a trabajar a los 16 años a la vez que estudiábamos en la Universidad becados por el Estado. Incluso teníamos algún trabajo extra el fin de semana, porque había que ayudar a la familia, pagarse los libros, colaborar en casa… Pero teníamos un sueño y luchábamos por ello. Corríamos delante de los “grises” porque buscábamos un mundo mejor, una sociedad más justa.
El país en el que yo crecí era un país solidario, en el que todos nos ayudábamos, las cosas se prestaban, se pasaban de unos a otros, donde comían tres comían cinco, o seis, valorábamos la ropa aunque estuviera vieja o usada, no necesitábamos libros nuevos porque lo único que nos importaba eran nuestros sueños.
Hoy no te reconozco como el país que yo amaba. Sigues estando en mi corazón porque fuiste mi vida, porque las personas que amo habitan en ti – bueno, no todas… ya te has encargado de echar a algunas-, porque es aquí donde crecí y amé y viví y soñé, pero me duele ver en qué nos hemos convertido. Has hecho aflorar en tus gentes la mezquindad, el egoísmo, la prepotencia y la soberbia. Y las has elevado a los altares. Has trastocado los valores bajando a los infiernos los que deberían ser nuestra bandera y la principal razón de nuestra vida. Y has dado alas a los que hoy mienten, roban y engañan, a los que insultan y se regocijan de ello.
Hoy todo es motivo de pelea, ya no somos capaces de hablar para resolver las cosas como personas civilizadas. Muchos ya no saben ni siquiera lo que significa esa palabra. (Según la RAE, Dicho de una persona que se comporta de manera educada y correcta.) Hoy todo tiene que ir a los Juzgados, o lo resolvemos a tortas.
Oigo las noticias: un adolescente denuncia a su madre por quitarle el móvil para que estudie, un periodista le escribe a una locutora que tiene “un trasero pitonudo, como india de Pocahontas”, otro le pregunta si lleva bikini o bañador, un presidente dice que no hay problemas de cambio climático porque se lo ha dicho su primo, políticos que protegen a los que han robado, padres que se pegan en un partido de fútbol de sus hijos, gente que basa su decisión de no luchar por algo justo porque los demás no lo hacen, curas que dicen que “la invasión de los refugiados no es trigo limpio”, autoridades que niegan que los Comedores Sociales están a rebosar porque les interesa dar otra imagen, alcaldes que llaman a una representante política “puta barata”, o a los de otro partido “lamepollas”, otros que se jactan de quitar la ley de dependencia y dejar morir a sus gentes, concejalas que reniegan de nuestra lengua, políticos que aplauden que se vayan al extranjero nuestros jóvenes, banqueros podridos de dinero que echan a la gente de sus casas, programas pioneros de televisión donde la gente se humilla, se insulta, muestra sus intimidades y su lado más miserable…
Sí, me duele y mucho ver en qué nos hemos convertido. Lo que pasa es que aquí sucede como en una clase de colegio, los malos siempre hacen más ruido y amedrentan a los buenos. Porque hay mucha gente buena. Mucha gente honrada y solidaria, que daría lo que tiene por ayudar a los demás. Pero el morbo siempre vende más y no veremos en nuestras pantallas noticias buenas, porque nos hacen creer que a nadie les interesan.
Es una pena ya no se lleven las “comunas hippies” porque más de una vez me entran ganas de volver a ponerlas de moda. Pero luego pienso en los que vienen detrás de mí, esos a los que tanto quiero y los que están a punto de llegar, y siento que no tengo más remedio que luchar por ellos, porque se merecen que les dejemos un mundo mucho mejor que este que ahora no deja de avergonzarnos.